Vocación Sin Dependencias

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Vocación Sin Dependencias

Para ser libres, nos ha liberado Cristo
Gálatas 5, 1

El llamado del Señor y la respuesta del ser humano ubican su origen, desarrollo y culmen en la libertad. Dios no nos llama para atraparnos en estilos de vida opresivos ni deshumanizados. Tampoco llama hombres al sacerdocio para desubicarles poco a poco con esquematismos empresariales, con necesidades de acreditación personal, para moldear un ministerio al estilo de las convenciones eclesiales temporalmente reinantes; mucho menos para sentir que su ministerio vale la pena en cuanto a cargos reconocidos, opiniones y adulaciones, a élites eclesiales o sociales.

Dios no llama a un joven a la vida consagrada para luchar por resaltar entre sus hermanos como la mejor vocación, para reemplazar la sed de Dios por la sed de admiración, para desplazar el crecimiento interior por la usurpadora necesidad de ser digno de reconocimiento. Realmente la virtud resalta por sí misma, sin intereses de aprobación; la experiencia vocacional no debería ahogarse ante la creciente necesidad de acreditación personal.

Es lamentable cuando un hombre, una mujer, sienten un honesto llamado de Dios para entregarle la vida y sucede una especie de degradación en las intenciones y convicciones. El deseo de conocer a Dios es paulatinamente reemplazado por el deseo de darse a conocer ante otros. El amor de Dios que al inicio inunda el corazón va siendo reemplazado por el deseo de las complacencias humanas. El ministerio que se veía al inicio como experiencia de vida, se va convirtiendo en compromiso de sociedad. Dios va siendo reemplazado por el humano; como cuando el Santísimo sacramento va siendo menos visitado que las imágenes del templo; van pareciendo más costosos los ornatos que el corazón, el ser se va disolviendo en el hacer; la vocación deja de ser misterio para convertirse en evidencias, en números, en estadísticas, en resultados; la opinión del ser humano sobre alguien empieza a pesar más que la misericordia que Dios le ha tenido al mirarle, al llamarle.

Esos niños interiores que amaban a Dios en la simplicidad se van convirtiendo en hombres y mujeres complicados y complejizadores, valorando en muchas ocasiones más los currículos que la vocación, amando más el ser respetado que el amar con libertad.

¿Será demasiado idílico pensar en personas que aprendamos a experimentar la vocación, como dice el Salmo “Sin apetecer grandezas”? (Salmo 130) “¿Atraídos más bien por lo humilde?” (Romanos 12, 16)

Recuerdo una expresión de René Descartes que dice, no textualmente, que vivir sin filosofar es como tener siempre cerrados los ojos voluntariamente. En contexto similar, podemos decir que, asumir el estilo de vida consagrada, olvidando por miles de dependencias accidentales su esencia verdadera, es realmente un despropósito vocacional.

Seamos libres al afirmar:

  • No tienes que ser exitoso para ser un verdadero vocacionado.
  • No necesitas ser reconocido para ser un verdadero discípulo.
  • No necesitas pertenecer a “Élites” para tener un gran ministerio.
  • No eres consagrado para descrestar ni impresionar a nadie.

Reflexionemos:

  • ¿Qué es lo esencial en la vivencia de una vocación?
  • ¿Qué crees que puede poner en riesgo la vida consagrada?
  • ¿Te has sentido atrapado en el camino que elegiste?

Una verdadera experiencia vocacional, nos va liberando de aquello que no hace parte de ella

Por: Pbro. Sergio Urrego Marulanda
Promotor vocacional

 

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